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jueves, 24 de mayo de 2018

FINAL DE SEMESTRE



 Es el final de un ritual, la ya anunciada fecha de fallecimiento de unos breves instantes en su historia, que más pronto que tarde serán insignificantes frente a toda la cantidad de acontecimientos que vivirán en el futuro. Sin duda, momentos de profunda felicidad y otros de nostalgia. Todos los aquí presentes tenemos la conciencia suficiente para comprender que la vida nos depara esa injusta dualidad, es el desafortunado riesgo de estar vivos. 
No creo en el destino, tuve la suerte por azar de ser su profesor, desafiando las probabilidades llegué a estar aquí. Todo lo que pasó en mi vida en el pasado, lo trascendental y lo superfluo, lo bueno y lo malo, determinó eso. Quizá nunca hacemos esa reflexión, a mi modo de ver, necesaria, pues resalta lo débiles que somos ante esa especie de tren que nos guía por los carriles de la existencia, lo que nos debe llevar a percibir el imperativo de la humildad que debe acompañar nuestras vidas; hubiera bastado que un error nos hubiera desviado del camino escogido, y ni ustedes ni yo nos hubiéramos conocido. Por eso debemos ser generosos con quien se equivoca, pues su realidad, perfectamente hubiese podido ser la nuestra; no se trata de una renuncia a la exigencia moral, pero estoy convencido de que esa buena voluntad nos hace más humanos.
Hecha la reflexión anterior, quisiera para este final, dejarles unas pocas consideraciones, consejos gratuitos de alguien que, como abogado, ha afrontado la realidad del derecho en nuestro contexto:
1. Traten de inmunizarse contra la prepotencia, el egocentrismo y el orgullo; ser abogados no nos hace mejores que nadie. Recuerden que la dignidad humana no se aumenta o disminuye en función de la profesión o la posición social. Yo no tengo más dignidad humana que la persona que hace el duro oficio del aseo en esta universidad. Todo ser humano es merecedor de amor y afecto. 
2. “El estudio de la ley reseca el alma”, es una hermosa frase atribuida a un sabio del derecho colombiano que nos ha sido legada para la posteridad, y que refleja la necesidad de buscar el concepto de justicia, más que en las normas, en el sentimiento natural de empatía de que estamos dotados los seres humanos, como paradójicamente lo sostuvo un filósofo que probablemente nunca conoció el amor, pues siempre fue un solterón vocacional: Adam Smith. Debemos comprender que la justicia, más que en la ley, está en la belleza que rodea las buenas acciones humanas.
3. Verán y tendrán que padecer en silencio injusticias durante toda su vida, muchas les serán indiferentes, solucionar otras estará por fuera de su alcance; la vida por larga que sea siempre será corta para cambiar al mundo; como escribió el poeta Eduardo Escobar: “Tal vez hay una sola sabiduría confiable, y comienza cuando nos inmunizamos contra el veneno de la esperanza y los espejismos de la utopía”. Sin embargo, regálense algún día el gusto de corregir al menos una injusticia, si lo hacen tan solo con una, creo que haber estudiado derecho habrá valido la pena para ustedes.
4. Tengan presente que el ejercicio de esta profesión nos depara alegrías y tristezas; se llegan a perder, y esa es una nota trágica del derecho, con más frecuencia las causas justas, las causas de los vulnerables, los desprotegidos, los que no tienen con qué. Solo allí conocerán la verdadera nobleza que siente el quijote que lo ha entregado todo con honestidad, ya cansado, sereno, cuando es derrotado por los molinos de viento de la injusticia. Entenderán entonces que vale mucho más una noble causa perdida, que muchas victorias sin causa. 
5. No olviden jamás que ustedes son los herederos de aquellos hombres y mujeres que hace poco más de 200 años declararon que todas las personas estaban dotadas de ciertos derechos inalienables: los derechos humanos. No olviden que tienen la pesada carga de defenderlos allí donde vayan. No pueden dejar de estar a la altura.
Muchas gracias a todos por permitirme el honor de ser su docente. 
Citando a Borges: “Me he sentido enseñando lo poco que sé a quienes sabrán más que yo”.



jueves, 3 de mayo de 2018

DIME SI ACUSAS A ALGUIEN POR SU DEFENSA DE LA PAZ Y TE DIRÉ QUIEN ERES





El 28 de junio de 1914 estalló en Europa la primera guerra mundial, Carl Von Ossietzky, entonces no era más que un joven Alemán del común, pero movido por el patriotismo que propalaba en toda la sociedad teutona, se alistó para combatir en el Ejército del Kaiser Guillermo II. Cuando lo hizo, nunca se imaginó que la guerra lo transformaría de un modo inesperado. Luego de ver los horrores de esa conflagración con sus propios ojos, de ver a sus compañeros mutilados, partidos en dos por las ametralladoras y gaseados, hizo una suerte de tránsito del infierno al cielo, si es válida la alegoría. La primera guerra mundial para cuando terminó había dejado más de 10 millones de muertos según los cálculos más conservadores. El Reich Alemán, había movilizado 13,25 millones de soldados, de los cuales más de 2 millones perdieron la vida, lo anterior sin contar otros tantos millones de soldados que quedaron lisiados de por vida, y que, ya terminada la guerra, volvieron a la vida civil, siendo una “carga” económica para sus familias. El estado no hizo nada por ellos. Es un lugar común en la historia que quienes agitan los demonios de la guerra, sean aristócratas o monarcas que, desde sus cómodos estilos de vida, se aprovechan de la falta de luz de que gozan los seres humanos del común, la más de las veces causada por desigualdades estructurales de la sociedad. Como diría Nicolás de Condorcet, revolucionario francés que participó en los acontecimientos de 1789 en ese país: “Cada vez que la tiranía intenta someter a la masa de un pueblo a la voluntad de una de sus partes, cuenta entre sus medios con los prejuicios y la ignorancia de sus víctimas”.

En 1922, Carl Von Ossietzky fundó el movimiento “Nie Wieder Krieg” (Nunca más la Guerra), y a través de distintos diarios defendía el mantenimiento de la paz. Su actividad se intensificó desde 1933, con la llegada de la ultra derecha al poder: Los Nazis. Ossietzky dirigió denuncias contra el acelerado rearme que Hitler estaba realizando, el cual terminó creando la poderosa Wehrmacht, esa máquina de muerte, dantesca e inhumana, que años más tarde bañaría de sangre a toda Europa, y cometería actos de indignidad, que hoy son una vergüenza histórica para la humanidad. Su oposición al régimen militarista de los Nazis, acompañado de su defensa de la paz, algo que no era del agrado de Hitler, que pretendía la guerra, lo llevó a ser encarcelado y recluido en los campos de concentración del régimen, donde adquirió tuberculosis.

Aún vivo, pero preso, en 1936, el comité noruego, le concedió a Ossietzky el premio nobel de la paz, algo que fue observado por Hitler como una ofensa, quien como suele suceder cuando los tiranos son cuestionados, entró en cólera, prohibiéndole al pacifista reclamar ese noble galardón, manteniéndolo encarcelado. Igualmente Hitler prohibió que de ahí en adelante, cualquier ciudadano alemán reclamara un premio nobel. Para el pueblo alemán, la mayoría totalitaria, el pacifista era un traidor, un inmoral que quería entregar su patria al terrorismo internacional representado en las grandes potencias vencedoras de la gran guerra. Ossietzky murió privado de la libertad y en la ignominia el 4 de mayo de 1938, cuando los Nazis estaban aún en la cima de su poder y gozaban de gran aceptación social por parte de los alemanes, quienes veneraban al Führer guerrerista como un gran salvador, no sabiendo que llevaría al país a la destrucción total unos años después, causando la muerte de otros 3 millones soldados alemanes, unos 5 millones de civiles, también alemanes y más de 6 millones de judíos asesinados en campos de concentración. Mañana se cumplen 80 años de la muerte de Carl Von Ossietzky, y los hechos que protagonizó en la primera mitad del siglo XX, deben dejar una reflexión hoy para Colombia, que a cada lector de este texto le debe generar una profunda estupefacción, por la similitud de los sucesos narrados en este artículo, con los acontecimientos que vive hoy el país.



miércoles, 2 de mayo de 2018

UN MODESTO INVENTARIO DE PEQUEÑAS DICHAS






“Rodó la piedra y otra vez como antes
La empujaré, la empujaré cuesta arriba
Para verla rodar de nuevo.
Comienza la batalla que he librado mil veces
Contra la piedra y Sísifo y mí mismo.
Piedra que nunca te detendrás en la cima:
Te doy gracias por rodar cuesta abajo.
Sin este drama inútil sería inútil la vida.”

El anterior fragmento de un poema denominado Retorno a Sísifo, de José Emilio Pacheco, es una declaración de guerra contra el absurdo de la vida, señala que el sentido mismo de ella es la rebelión, una conducta que Sísifo símboliza, pues al ser condenado por los antiguos dioses griegos a un castigo eterno (subir una pesada roca hasta una cima, y una vez allí, la roca rodaría cuesta abajo, para que él tuviese que volver a levantarla de nuevo, una y otra vez, en una trágica tarea infinita) la opción más racional es terminar él mismo con su vida, no obstante no lo hace, y con una resignación más que heróica soporta su fatigante tarea, a pesar de que esta conlleva una miserable existencia, unicamente movido por la finalidad de desafiar a sus verdugos (en este caso: la vida), para no permitírles el gusto de verlo derrotado. Albert Camus, el filósofo francés, en su libro la rebelión de Sísifo, plantea esta suerte de existencialismo nostálgico y optimista al tiempo frente a la vida. Una vida, sin duda, llena de dolor, pero también a veces de efímeras alegrías, por eso se ha dicho, y no con desacertada reflexión que la felicidad existe sobre todo en los recuerdos y en las pequeñas cosas. De ahí que todos tengamos un inventario de diminutas dichas. Este es el mío:
1. Un buen libro al lado de un café, algunas veces de filosofía existencialista, otras de liberalismo anárquico.
2. Un buen caso jurídico que comporte la defensa de derechos sociales, de esos quijotescos, que se saben a sí mismos como imposibles, pero que es necesario luchar, en razón de ser portador de una atracción si se quiere fatal a las causas perdidas: “La infelicidad ajena es mi desdicha”, afirmó con buen juicio el escritor Antioqueño Fernando Vallejo.
3. Estar en vela durante toda la noche, para disfrutar de sus horas lentas y felices, de su tranquilidad, su silente ausencia, para luego despertar un domingo en medio de una tarde ya gris y comprender la soledad de la existencia.
4. Una buena canción de Rock, cualquiera sea su género, solo rock por supuesto; uno de esos caprichos inexplicables.
5. Reunirme con los hombres y mujeres de mentes e ideas libres, aquellos iniciados que le hacen culto a la razón, para comprender el mundo real, que propugnan por la igualdad y la fraternidad, que critican la intolerancia, los fanatismos de toda clase, que defienden las libertades individuales y los derechos humanos: "Los hijos de la viuda".
6. Tratar con empatía tanto a conocidos como a extraños, ofreciendo el amor como una flecha que va en un solo sentido, en una sola dirección, otorgándolo todo, para nunca tener que soportar una pesada carga sobre la cual escribió un poeta escéptico: "la congoja ya inútil de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos".
7. Ver un buen documental, de esos largos, interminables y traducidos al español de España: sin duda para muchos, un camino allanado para Morfeo, dios del sueño; para mí no; los que conocen la historia de Giordano Bruno, saben que ser hereje, esto es, ser diferente a lo ordinario, es una virtud fundamental.

He ahí mi pequeño inventario de diminutas dichas…